viernes, 17 de abril de 2015

Me emborraché.

Promesas rotas, palabras derretidas, corazones en pedazos y palabras hirientes, ¿qué más he de soportar? ¿Qué penurias me deparas? Llévame al fin del mundo, mátame, pero acaba con esta tortura que me está consumiendo el alma.

Es doloroso, me estás quitando las alas una a una. No escuchas mis gritos, ni tampoco ves mis lágrimas. Crees que puedo soportar este suplicio, pero no sabes qué daño me estás haciendo. Es terrible.

Guardé una parte de mi corazón roto en un cajón, entre papeles y lápices envuelto en un trapo sucio. Por si acaso alguna vez me desencadeno de estas cadenas, por si alguna vez vuelvo a ser libre, puedo recuperar esa parte de corazón que aún late, que aún no duele, que no está contaminado por tu presencia.

He guardado una de mis alas en mi mesilla de noche, la pinté de negro, para mirarla por la noche y mojarla con mis lágrimas para mantenerla viva.

Mezclé mis lágrimas con alcohol y descubrí que están buenas. Me emborraché y por unas horas hasta el amanecer, me olvidé de amarte, me olvidé de sentirte y llorarte. Cuando el alba despuntó en el horizonte, todo mis tejas cayeron sobre mi y volvió la soledad, inseguridad y oscuridad, todo esto fue acompañado de una jaqueca tremenda.


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