lunes, 4 de enero de 2016

Tres palabras.

Oscuridad. Silencio. Soledad. Tres palabras.

Es a la noche cuando mis demonios hablan, cuando mis ojos llorar, cuando mis gritos se ahogan. Es ahí, cuando ni siquiera la comodidad de mi cama, el tacto de la sábanas o el sonido incesante de las gotas contra el suelo, consiguen consolarme.
Soy yo y mi dolor. Soy yo y mi destrucción. Soy yo y mis demonios.
Cada día se vuelve pesado, el peso aumenta y las fuerzas disminuyen. Los días se pasan rápidos y las noches, eternas.
Mi vida es constante seguir caminando, seguir tropezando, seguir cayendo, seguir hiriéndome. Sin nadie que se percate, aunque muchos están alrededor mía.

Mis demonios siguen hablando, ya pocas cosas nuevas me dicen. Me hablan de lo bonito que sería si yo me fuese, de lo despreocupada que sería la vida de la gente que me quiere sin tener que aguantarme, de lo bien que quedarían unos cortes en mi muñeca o, de lo macabro de una soga alrededor de mi cuello. Buenas formas de morir, dicen. Rápidas, comunes y suicidas.
Me dicen que mi vida es una mentira, que vivo a base del cuento. Que no hago más que fingir. Y ahí les doy la razón.
Me levanto, sonrío y digo que estoy bien.

Y así, durante todo el año. Durante todos los años.

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